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Acercarse a Bolívar es un reto a la conciencia: un verdadero oficio de asombros y provocaciones. Desde el primer momento, y en medio de la reflexión histórica a la que va arrastrando su obra como un desgarramiento, su personalidad electrizante sobrecoge y cautiva, por esa mezcla tumultuosa —poética— de genio, tristeza, lucha y osadía, que parece sumarse hasta la angustia en las líneas de su ideario. Conocerlo, sin duda, es como conjurar el tiempo. Es lo que queda en el fondo de una aventura sin fin, porque Bolívar es inagotable; su vida guarda siempre una ventana abierta sobre el universo, por donde su espíritu escapa y se sigue expandiendo. Razón tenía Blanco Fombona cuando advertía, a principios del  siglo XX, que Bolívar era tan profundo, tan complejo, que vidas enteras podrían empeñarse estudiando cada uno de los múltiples aspectos de la suya. 1

Pero habrá que empezar por admitir, a estas alturas, que la América de Bolívar apenas si le reconoce. Hemos venido confundiendo su personalidad detrás del símbolo: el Libertador se ha erigido en mito; se le ha convenido, ideológicamente, una cierta imagen “típica”; su historiografía se ha vuelto “clásica”; y ahora resulta que ya nadie le estudia porque todos le creen conocido. Y aun así, Simón Bolívar actualiza cada día su vigencia, y esto es lo extraordinario; porque es su propia energía creativa la que le abisma la mirada histórica en el tiempo: Yo siento por lo presente y por los siglos futuros;   —parece decirnos todavía— y es en esa intensidad, en ese salto vital, donde su imagen toma cuerpo de lleno y se agiganta; donde su espíritu se manifiesta, y desde donde le sentimos, otra vez, llegar hasta nosotros: Volando —como decía en 1819, en el discurso de Angostura— …por entre las próximas edades, por encima de los siglos… 2Y es así que hoy le vemos mirarnos nuevamente: con pasmo, con ardor, estremecido; porque es cierto: a Bolívar todo le duele y le arrebata. Ya lo decía José Martí: Quema y arroba. Tan sólo pensar en él, asomarse a su vida, leerle una arenga, verlo deshecho y jadeante en una carta de amores. 3

Bolívar es un personaje único en la historia. En general, no se le puede comparar a nadie porque no se parece a ninguno de sus pares. Él no es Napoleón …ni quiero serlo.   —Declara categórico—; porque …el título de Libertador —escribirá en una extraordinaria carta al general Páez— es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano, y por tanto, me es imposible rebajarlo 4 Tampoco imita a César, y menos aun a Iturbide; y es que tales ejemplos —insiste— me parecen indignos de mi gloria.5  En honor a la verdad histórica —y luego de ajustarle con máximos rigores, frente a un Washington, un Lafayette o un Wellington— habrá que terminar por admitirlo: a Simón Bolívar sólo cabe hacérsele un sólo parangón, y este es con Juana de Arco, la sublime libertadora de Francia. Nada más. (Después de todo, él también “oía las voces”.)

Sí, el Libertador “oía las voces” y presentía las tempestades. Y, entre otras originalidades muy propias,   hasta habrá de confesar atribulado que tiene la …desgracia de saber con anticipación lo que naturalmente debe querer cada uno; y por tanto —le cuenta a Santander— me desespero más que otro; y también me mortifico más que nadie, porque estoy —dice ya en rapto de poética osadía—: sufriendo a cuerpo gentil toda la intemperie de una tempestad deshecha.6  Y es, precisamente, este tono: toda esa vibrante irregularidad vital tan suya, y de la que él mismo da cuenta, lo que de plano le separa del común de sus colegas. Uslar Pietri (quien toma también buena cuenta del parentesco con la heroína de Orléans) nos recuerda que el Libertador, que no es un militar de escuela, como tampoco un pensador de sistema, si bien ha leído a los teóricos de la guerra, igual que a Rousseau, a Montesquieu o a Locke, a la hora de atravesar los Andes, no lo hace sino bajo la fiebre de una inspiración heroica, de un sentimiento dramático del destino. Y es que Bolívar —dice el grande y veterano intelectual venezolano— pertenece a la familia de Juana de Arco… no a la de Wellington o Federico7

En la épica de la humanidad occidental, qué duda cabe, no ha habido nunca nadie, como estos dos guerreros libertarios, que haya logrado cabalgar jamás el mundo con tanta grandeza a cuestas; y tan sólo remontando los hilos heroicos de la fantasía, parece ser posible dar con alguien que, como ellos, haya tocado también con sus alas la inmediatez prohibida de un sueño, o haya debido caer hasta tales profundidades del abismo. Y será allí, precisamente, en esa híbrida textualidad de la conciencia; en donde habitan las potencias y los fines ideales, en donde una hermandad en voz y en espíritu salte enseguida a la vista: Bolívar y Don Quijote.
Este obvio parangón, naturalmente —convertido ya en lugar común— es apenas novedad. Unamuno ya lo vio; también Emil Ludwig, quien incluso subtitula su luminosa biografía de Bolívar: “Caballero de la Gloria y de la Libertad”.  Por lo demás, nadie olvide que sería el propio Libertador —cuenta la anécdota— quien dejaría apuntada esta relación al decir, con aquella soberbia y lapidaria sentencia: Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote y yo. 8

Pero habrá que convenir enseguida (Unamuno es caso aparte) que lo dicho tan sólo bordea los contornos, y que hay más todavía, mucho más detrás del vínculo que aun justifica el asombro. ¿Y qué es lo que tiene de “quijotesco” Bolívar que tanto impresiona y provoca? Dice Unamuno que es sobretodo “el estilo”: algo enfático, muy español, entre gongorino y conceptuoso… Y, es que ¿…quién —se interroga el maestro bilbaíno— no se ha detenido ante las frases de sus discursos y proclamas? …¡Poesía, poesía y sólo poesía es lo que rezuma de la vida del gran Libertador!  Termina gritando el sabio, quien llegará a llamar al caraqueño: “nuestro Quijote de América”. Y es que …Bolívar —admite—logró encarnar como nadie el alma inmortal española; él tuvo conciencia clara de su alta misión quijotesca, de su función de libertador, y así lo demostró. …fue uno de los más grandes y más representativos genios hispanos: un hombre entero y verdadero. …Un hombre que hacía la guerra para fundar sobre ella la única paz duradera y valedera: la paz de la libertad. Sí, Bolívar: “Nuestro Bolívar” —así le reconoce finalmente don Miguel— …fue el Quijote encarnado. …Y aquella humanidad que le seguía era su Sancho.9

Pero en la vida “quijotesca”, del Libertador hay más asombros todavía; y, con el perdón del maestro: no todo es cuestión de estilo. Importa también figurar las claves del simbolismo mismo, porque Don Quijote y Bolívar —el uno en la literatura y el otro en su carnalidad histórica— viven entre signos; y hay que descifrarlos para que cobren vida. 

La trama en cada caso es bien distinta, desde luego; y si habrá que agradecer, por una parte, a Cervantes, el habernos dejado ya transcrito, al lenguaje de las maravillas, todo aquello que parece que traía muy mal revuelto el Cide Hamete Benengeli; en lo que toca al Libertador, como es propio, toda su infatigable historicidad humana está archivada en crudo: dos mil trescientas veinticinco cartas, ciento tres proclamas, veintiún mensajes, catorce manifiestos, tres exposiciones, dieciséis grandes discursos, siete artículos periodísticos, tres ensayos literarios, dos proyectos constitucionales, una infinita cantidad de leyes, decretos, resoluciones, oficios, bandos, arengas, alocuciones, y hasta alguna composición lírica de exquisita sensibilidad. 10  Textos todos estos, en los que el mismo Bolívar admitió haber dejado su alma pintada en el papel;   y que como ha dicho acertadamente el político e historiador colombiano Laureano Gómez: constituyen uno de los más hermosos documentos humanos de la historia universal.11

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La senda estrecha

…yo voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra.
Don Quijote 

Ruego a usted que pida al Congreso, en mi nombre, que me deje seguir mi destino y que me deje ir  a donde el peligro de la América y la gloria de Colombia nos llama.
Bolívar

El Quijote, ese prodigio de habilidad literaria e intuición psicológica es, sin duda, la más turbadora y sublime epifanía existencial, que sobre la redención social de la humanidad se haya escrito jamás. Sobre su texto, inmortal y redivivo, no habrán de agotar los siglos las interpretaciones ni los comentarios. ¡Qué es lo que no se ha dicho y cuánto falta aún por decir! Entre tanto, valgan las sobrecogedoras palabras de un gran escritor (tan grande acaso como Cervantes mismo): Dostoievsky, para acercarnos a su naturaleza con deleite y humildad. Este libro —dejó apuntado en su Diario el genial novelista ruso— es el único verdadero. La humanidad no debe olvidar llevarlo consigo el día del Juicio Final. Así, si se acabase el mundo, y algún juez de lo eterno diese en preguntar a los mortales: ‘¿Y qué habéis sacado en claro de vuestra vida terrenal, a qué conclusión habéis llegado y qué podéis mostrarme de ella?’ Cualquiera entre nosotros, en nombre de los demás, podría mostrar en alto el Quijote y replicar: ‘He aquí lo que hemos entendido de la vida y esta es nuestra conclusión… ¿acaso, podéis condenarnos por ella? ’ ” 

En realidad, el Quijote es un libro místico. Cervantes lo que hizo fue sacarse del subconsciente colectivo nacional (¿y qué es lo que fue, después de todo, la España de Carlos V, sino un enorme libro de caballería en acción?) la fórmula del ideal caballeresco como modelo de trascendencia y redención, y la montó sobre esa otra España suya, la del doble —y paradójico— Siglo de Oro. Aquella España que, a esa hora, es un país descarnado y embestido por todos sus costados nacionales; un país que ha venido enfrentando (desde la Reforma, pasando por el desastre de la Armada, el laberinto de Flandes, el Turco, los corsarios…) una alienante ofensiva extranjera que mantiene vulnerada política y económicamente a la nación, y que, además, está amenazando incluso con desarticularle al propio pueblo su identidad moral y cultural.

Es allí, en el corazón —La Mancha— de esa nación acosada y en crisis de ruptura (coyuntura extraordinariamente pareja con la de la América de Bolívar, a partir de Ayacucho y de la segunda convocatoria al Congreso de Panamá…) en donde aquel ilustre manco echará a forjar la antigua adarga y la lanza de astillero de quien debe venir a esa hora, a andar los caminos, en busca de la redención. El propio Don Quijote, que sabe bien quién es, nos lo confirma: Yo nací —dice— por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro… Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. 

Pero el camino de los andantes no es ruta fácil ni su profesión es sencilla. Se trata de un pasaje intrincado de laberintos por el que sólo logran ir avanzando, en tránsito simbólico, quienes aspiran a la libertad en nombre de una razón sublime. Y no a la libertad “liberal”, concebida en su estrechez individualista y económica, sino sólo a aquella otra: a la grande, a la gloriosa; a la Libertad humanista que es solidaria y trascendente. Y como explica el Caballero de la Mancha, por lo demás: aquel que profesa la caballería andante ha de saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene… ha de ser honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida defenderla. 

El Quijote, desde luego, es una obra de paradojas, pero entre las muchas que aloja el texto, el que sea precisamente un “loco”, el modelo ideal de trascendencia, es de las más extraordinarias. En este sentido no deja de ser muy curiosa la manera tan explícita, directa, en que la dicha locura quijotesca viene a ser planteada en la novela de salida; casi como si el autor hubiese buscado dejarla establecida y al margen de toda sospecha. Lo literario, naturalmente, es asombro puro (debe serlo); y aún así, es inquietante este magnífico atrevimiento de soltar un “loco bueno” a andar semejantes caminos. Excede con mucho el tema elaborar más este asunto; pero quede dicho, no obstante, que ésta es una de las grandes claves que, como paradigmas, estructuran por su base el ardid de la novela. Y es que si resulta, de entrada, que Don Quijote de la Mancha está rematadamente loco (como en efecto lo está), al lector no le quedan de resto más alternativas: está obligado a mirar por los ojos del loco en un juego implicado de espejos (como en Las Meninas de Velázquez). Esta es la razón, en el fondo, por la que parece tan rotundo aquel conocido aserto de Unamuno de que “la realidad de Don Quijote no fueron los molinos de viento sino los gigantes”. Y esta es la razón, quizás, por la que la repercusión humana de esta novela es tan enorme: no ya porque se trata de un desafío moral al mundo, sino porque es un reto a través de lo irracional.

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LAS DOS CARAS DEL SIGNO


Mis arreos son las armas, mi descanso el pelear.
Don Quijote

La guerra es mi elemento, los peligros mi gloria.
Bolívar

Igual que el rostro bifronte del dios romano Jano, Bolívar y Don Quijote (cada 
uno por su parte) parecen proyectar, paralelamente, dos perfiles contrapuestos. Uno de ellos es sin duda vital, enérgico y vendría a reflejar las características clásica del héroe luchador, de ese guerrero invencible que tiene por arquetipo al mítico Ulises (Odiseo) de la epopeya homérica. El otro lado del rostro, mientras tanto, modela un perfil mucho más extenso, abarcador y visionario; allí, es donde lo quijotesco y lo bolivariano toman vuelo y se hacen fáusticos. 

No se requiere demasiado esfuerzo para hacer encajar esta dicotomía —en lo que al Libertador se refiere— en la figuración correspondiente a dos de sus más conocidas autovisiones: la del Hombre de las Dificultades, representando aquí el perfil de lo odiseico; y la del Alfarero de Repúblicas, en función de lo fáustico. 
Por el lado de Don Quijote también se mantiene la fórmula y esto es lo interesante. Allí, parece ser el intrépido Caballero de los Leones, quien mejor perfila lo odiseico, mientras que el Caballero de la Triste Figura, supone la faz del héroe fáustico. 

Lo que hay que saber, en todo caso, es que lo odiseico será siempre fulminante y radical, en tanto que lo fáustico, es abismal, cabalga el tiempo. En el fondo, ambos cortejan por igual un mismo sueño: pero el primero lo ciñe, mientras que el segundo lo trasciende.

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EL INGENIO DE LAS DIFICULTADES


Usted sabe que yo he tomado el mote del Hombre de las Dificultades.
Bolívar.

[Caballero] de los Leones, ha de decir vuestra grandeza, que ya no hay Triste Figura.
Don Quijote

El temple de lo odiseico lo forjan a un mismo tiempo la osadía y la constancia. Es ese ímpetu alentado, irreductible, que anima los impulsos más intrépidos de la vocación heroica, y que al generar su propia fuerza se va convirtiendo en dínamo. Como dice el Hombre de las Dificultades: Reside en la médula de mis huesos la energía de mi carácter.   Y lo explica: Yo siento que la energía de mi alma se eleva, se ensancha y se iguala siempre a la magnitud de los peligros

También, por su parte, el Caballero de los Leones, siente circular aquel impulso elemental en sus entrañas: No puedo dejar de acometer —razona— todo aquello que a mí me parece que cae bajo la jurisdicción de mis ejercicios
En realidad, lo que da a lo odiseico el tono frontal de su estampa es la valentía, y Don Quijote de la Mancha la tiene bien medida. La valentía —explica— es la virtud que está puesta entre dos extremos viciosos como son la cobardía y la temeridad, pero menos mal será que el valiente suba y toque el punto de temerario, que no que baje y toque el punto de cobarde…  El manchego sabe bien de qué está hablando; y es que, por encima de todos los disparates de su espléndida locura, no hay dudas de que eso de irle a plantar cara a la boca misma de las fieras, es una hazaña extraordinaria. ¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos y a tales horas?    Habrá de decir impávido, seguro como está, de que: no hay ningún peligro en la tierra por donde no se abra camino mi espada…
 

Aquí se abre en paréntesis un punto delicado: Don Quijote no está bien de la cabeza mientras que el Libertador es monumento mental de lucidez. ¿No es insensata o temeraria la comparación? En lo absoluto. Al nivel de las equivalencias, todo funciona como signo. Es la actitud —en términos de relación en el conjunto— lo que cuenta. De ahí que Bolívar, por ejemplo, y desde sus propias circunstancias, pueda explicar con un ímpetu paralelo al del manchego, cómo es que su alma necesita alimentarse de peligros para conservar el juicio, de manera —le dice al general Briceño Méndez— que al crearme Dios, permitió esta tempestuosa revolución para que pudiera yo vivir ocupado de mi destino especial.   Discurso éste que, por lo demás, trae enseguida y como de la mano, aquel otro de Don Quijote en el que cuenta que …el reposo se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el mejor de todos. 

No hay duda: sobre estos dos seres arrebatados por el peso del deber y de la gloria, la tensión vital y anímica, que perfila lo odiseico, se impone por encima de todos los argumentos. ¡Y hay que ver de qué manera! ¡Que me manden a salvar la República y salvo a la América entera!   Reta el Libertador; y es que, como él mismo afirma: …cuando me hablan de valor y de audacia siento revivir todo mi ser y vuelvo a nacer, por decirlo así, para la patria y para la gloria.   Mientras que por sus caminos polvorientos, el Caballero, ensimismado, se cuestiona: ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía?   Para terminar declarando satisfecho: Pero haga el cielo lo que fuere servido; que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos. 

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LA FUERZA DE LA CONSTANCIA
Mi constancia no desmaya y aun se fortifica con la adversidad.
Bolívar

Bien  podrán los encantadores quitarme la ventura; pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.
Don Quijote

Pero además de la osadía, está también la constancia: esa firmeza continua, tenaz, indoblegable, insertada en sus conciencias como razón vital. En la vida del Libertador, esta característica es básica. Y es que nada le define mejor, como escribe su mayor biógrafo y primer edecán, Daniel Florencio O’Leary, que: aquella constancia que los reveses sólo servían para estimular.   No es siquiera exagerado asegurar, que la constancia es el sello que marca su ejecutoria y la fórmula que lo tipifica; ni que toda su personalidad, su obra entera: así los actos públicos, como los privados, están determinados por su impronta. Y no se trata, en su carácter, de algún otro atributo más o menos resaltante, sino de su espíritu de fondo, de su estructura elemental, de su verdadera piel del alma; porque Simón Bolívar —hay que decirlo— es, ante todo: un hombre constante

Desde aquel año terrible de 1814, y cuando en medio de la vorágine intestina que está acabando con las primeras repúblicas, Bolívar, saturado de espanto, deja caer como un rayo en el colofón del Manifiesto de Carúpano, el grito fulminante de: ¡Dios concede la victoria a la constancia!  ya se ve cuál es la línea que habrá de marcar, como eje, el carril de su destino. En adelante, la constancia no le abandonará jamás. ¡Y es impresionante la tenacidad vertical con la que la va sosteniendo! A la altura de 1827, todavía; y envuelto ya en los pliegues del gran laberinto final, sigue igual que siempre, aconsejando a Urdaneta, su fiel amigo: …paciencia y más paciencia, constancia y más constancia, trabajo y más trabajo, para tener patria…

El Ingenioso Hidalgo, en su mundo, resulta ser igualmente una criatura constante. Constante, incluso, hasta el extremo de la terquedad misma, que en su caso todo vale y aun sale ganando: Caballero andante he de morir —dice, porfiado, ante quienes intentan sacarle de sus aventuras— y baje o suba el Turco cuando él quisiere y pudiere; que otra vez digo que Dios me entiende. 

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LOS SUEÑOS DEL ALFARERO


 Yo me he metido a alfarero de repúblicas, oficio de no poco trabajo, pero al mismo tiempo glorioso.
Bolívar

¿Por ventura, es asunto vano o es tiempo mal gastado, el que se gasta en andar por el mundo, no buscando los regalos de él sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?
 Don Quijote

Al otro lado del perfil de lo odiseico, el rostro de Bolívar se abisma en la distancia. Allí, su …imaginación se fija en los siglos futuros:   su mirada alcanza el tiempo, su genio se dilata …y volando por entre las próximas edades, cuando su alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal que ofrece un cuadro tan asombroso,  proyecta la cifra de sus sueños y sus obras. Esta nueva faceta (la fáustica) encuentra también nombre propio en otra de sus luminosas autovisiones: la del Alfarero de Repúblicas; imagen que corresponde, en conjunto, al Bolívar Constructor y que se va perfilando a su vez en una multiplicidad de figuraciones: el reformador social, el instructor público, el organizador estatal, el integrador nacionalista, el protector cultural, el promotor económico, el forjador moral… El Alfarero de Repúblicas, es ese Bolívar que no sólo comprende que tiene el deber primordial de liberar por las armas a la patria, sino que se ha impuesto, además, la obligación de estructurarla. No basta vencer —advierte a Sucre— es preciso conservar.

Dentro del contexto cervantino, lo fáustico  viene a reflejar aquí al andante primordial: es el Caballero de la Triste Figura; aquel para quien la grandeza está en el tamaño histórico de sus aspiraciones. Don Quijote, como heredero profesional de Amadís de Gaula, tiene plena conciencia mítica de su misión de redentor (de desfacedor de entuertos) y es en este afán, tan desaforado como sublime, donde se hace trascendente: Los andantes caballeros  —afirma—  más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza. 

El Bolívar fáustico, mientras tanto, sabe bien que lleva el espejo de la realidad nacional por dentro. Él es la conciencia reflexiva de la patria; y como tal, todo le vivifica y agobia al mismo tiempo. Gran imaginario, potente fraguador de proyecciones visionarias, la redentora misión que se ha impuesto aguijonea en todo trance sus esfuerzos y le alienta. Pero sus labores, como las de los condenados de la fábula: no acaban jamás: …nunca llego al término de mis suplicios —se lamenta— lo que hago con las manos lo desbaratan los pies de los demás.  El Libertador, en su comportamiento fáustico, sigue siendo lo que es: un hombre constante; y como tal, nada altera la raíz de sus principios, nada puede interceptar su convicción. Pero aquel temperamento sensibilisimo, esa acendrada percepción de la dignidad personal y de la patria y una melancolía que no escapa ni al devaneo de la conquista amorosa ni a la voluptuosidad del poder, le van a ir revolviendo la mirada en el camino de la gloria: entre las múltiples contrariedades que le irán cerrando el paso, que frustrarán sus planes y proyectos, y que al cabo, habrán de terminar por desvirtuar o destruir sus obras

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LA DAMA DE LA LIBERTAD


La libertad encendió en mí seno este fuego sagrado; ella me hizo empuñar la espada contra los enemigos.
Bolívar

Si no fuese por el valor que ella infunde a mi brazo; ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser.
Don Quijote

A Bolívar le mueve (y le duele) la Libertad, como la Dulcinea a Don Quijote. Su hechizo es la gran pasión que les gobierna a ambos. Y es que como bien explica el de la Triste Figura a su escudero: es en ella —en la Dama— en donde se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles.   La Dama es quien tiene la fórmula que controla sus destinos. Es ella quien impone —y compone— la ruta a los andantes. La Dama es la figuración sublime de todo lo que es excelso, digno de ser perseguido como fin, defendido como idea o alcanzado como meta; y es por su causa, por lo que se pueden y se deben vencer todos los obstáculos, agotar todos los recursos, enfrentar los peligros; porque ella, en sí misma, no es sino excelsa, pura, bella… de ahí que su conquista se convierta en pasión arrolladora. Yo he sido —confiesa Bolívar— el soldado de la beldad, porque he combatido por la Libertad, que es bella, hechicera y lleva la dicha al seno de la hermosura donde se abrigan las flores de la vida. 

Bolívar siente la Libertad como un perfecto enamorado: Mi impetuosa pasión —declara— mi aspiración mayor es la de poder llevar el nombre de “Amante de la Libertad”.   Y con el mismo ardor admite: Mi mayor flaqueza es mi amor a la Libertad; este amor me arrastra hasta olvidar la gloria misma.   Don Quijote, en su camino, mientras tanto, se ilusiona; y va dejando correr las ideas hasta donde le llegan los sueños: Yo imagino que todo es así, —dice— sin que le sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad; y ni la llega Elena ni la alcanza Lucrecia ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina…

Pero sucede que la Dulcinea, esa “señora de la fermosura”, es un misterio inefable. En la novela, ni siquiera aparece como personaje concreto, aunque deambule por todas sus páginas como figuración ideal. Y aun así, hasta queda flotando la duda, pues como admite el propio enamorado caballero: Dios sabe si hay Dulcinea o no el mundo y si es fantástica, o no es fantástica, y estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. 

Y qué decir de la Libertad… esa otra “fermosura”… ¿Existe? Por la Libertad —asegura quien lleva su nombre por título— está erizada de armas la tierra, que poco ha sufría el reposo de los esclavos.   El Libertador, en efecto, siente …correr por sus venas el poder, la fuerza y la tenacidad que produce la Libertad.   Él sabe dónde está su Dama: ya la ha visto; ha llegado a tocar con sus alas la piel de sus encantos, conoce de sus bondades y, por eso, la confirma en juramento: No envainaré jamás la espada mientras la Libertad de mi patria no esté completamente asegurada.   Y es que la Naturaleza y la Libertad —admite con franqueza— tienen atractivos irresistibles para las almas fértiles y vigorosas. 

Pero Simón Bolívar no se engaña: él conoce los extremos ilusorios de su Dama (sabe de sus apariencias) y no se dejará deslumbrar por sus hechizos y  esplendores. Muy por el contrario, no cesará jamás de denunciar el peligro de esas …teorías abstractas que producen la perniciosa idea de una libertad ilimitada.   Hagamos triunfar la justicia —aconseja— y triunfará la libertad; convencido como está, de que …la justicia es la reina de las virtudes republicanas.
Si algo sabe el Libertador, desde luego, es que …no hay libertad legítima sino cuando esta se dirige a honrar a la humanidad y a perfeccionar su suerte.  El resto —advierte— …es pura ilusión y quizás, de una ilusión perniciosa.   Por lo demás, ya se sabe: así como la Dulcinea “es hija de sus obras”, así también lo es la Libertad; que las virtudes —lo dice Don Quijote— “adoban su sangre”.   Al fondo, quedará impuesta la sentencia: no serán los hombres vulgares los que puedan calcular el eminente valor del reino de la Libertad. 

De libertades, no se olvide, el que sabe también lo suyo es por supuesto Cervantes, como quien ha debido padecer, por cinco años, el cautiverio de Argel. Por eso resulta tan conmovedor aquel memorable discurso en el que Don Quijote le dice a su escudero: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

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HASTA EL PROFUNDO DE LOS ABISMOS


Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa…
Don Quijote

La cadena de mis pensamientos se fija en el cielo y termina en el abismo. 
Bolívar

El camino de los andantes es un tránsito perpetuo entre dos extremos pendulares: la gloria y el abismo. Vaivén inexorable que todo lo atraviesa y lo complica, y que en Bolívar, es la rueca que templa y anuda el hilo luminoso de su historia. Cuanto más me elevo, tanto más hondo se ofrece el abismo.  Dice, divisando el panorama. O’Leary lo pinta de un plumazo: Su marcha fue un perpetuo combate, sus trabajos infinitos.   Y es que en realidad no hay más: o es lo uno o es lo otro. El resto —como diría el Caballero de la Mancha— es sólo artificio y trazas
Y es de ver entre ambos polos a aquel “hombre increíble”, como le llamó Martí, luchando contra los esfuerzos combinados del siglo; y preguntándose —más quijotesco que nunca—: ¿Logrará un hombre solo constituir la mitad del mundo? ¡Y un hombre como yo! 

Bolívar, ni por un instante, y ni siquiera en aquellos momentos, cuando colmado de sinsabores, estalla y se desespera: ¡Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida!   —o exclama enfurecido: …este es un edificio parecido al del diablo, que arde por todas partes—   olvidará, en medio de todo, que está caminando entre extremos. Mi corazón fluctúa entre la esperanza y el cuidado…  Declara precavido; aunque ya en la boca misma del abismo no se frena: Yo voy a imitar a Curcio —admite— entregándome a las llamas por la salud de la patria… Me voy a encargar del peso del Atlante.   Y regresa por su rumbo a su camino, seguro de que su deber, como siempre, es continuar …aunque mi caída no parara hasta el profundo de los abismos.   (Oye que le dice en la conciencia Don Quijote.) 

Entonces, y con aquella voluntad de hierro que es su signo y su medida, vuelve de nuevo a cabalgar los cerros, a atravesar las llanuras, a remontar hasta los vientos las tormentas; consciente siempre de su propia fortaleza, de que …mientras más dificultades y peligros se nos presentan más energías debemos desplegar.   Es lo que dice el de la Triste Figura: No se deben ni pueden llamar a engaños quienes ponen la mira en virtuosos fines.  A fin de cuentas: bien podrán “los encantadores” quitarle la ventura; …pero el esfuerzo y el ánimo será imposible

Y ni siquiera a la hora de la victoria, Bolívar se dará por satisfecho. Un caballero andante tira la línea al cielo y él todavía no ha llegado… Al general Pérez, comandante de Guayaquil, le confiesa: Todo es mucho, sí señor, pero a mí me falta todavía más.  Y es que, así como Don Quijote, él sabe bien que aquella extensión enorme, hasta donde puede alcanzar su vista (y sobre la que se siente responsable), no es solamente suya, sino de todos; aunque sólo sea su mirada la que la pueda divisar.

Por eso, y cuando el péndulo le abre nuevamente las honduras: El trueno de la destrucción ha dado la señal.   Bolívar reflexiona: …al entrar en el hondo abismo de estas cuestiones, el genio de la razón iría a sepultarse en él como en la mansión de la muerte.  El Libertador se da cuenta de que el cuadro es espantoso: Estábamos como por milagro en un punto de equilibrio casual, —le dice a Páez— como cuando dos olas enfurecidas se encuentran y se mantienen tranquilas, apoyadas una de otra, y en una calma que parece verdadera aunque instantánea…Ya no habrá más calma ni más olas ni más punto de reunión, que forme esta prodigiosa calma: todo va a sumergirse en el seno primitivo de la creación, de la materia. Sí de la materia, —le reafirma— porque todo va a volverse nada.  Pero ni siquiera al tocar fondo en el abismo, se abandona; sino por el contrario: sigue; y a pesar de la convicción muy íntima, de que sus …temores son los oráculos del destino, los oráculos de la fatalidad…   va buscando la manera de remontar el desastre; y, mientras tanto: a todos reanima, a todos da esperanza, a todos protege y levanta aun sobre sus propios hombros; aunque él, sobre los suyos, sienta ya cómo le mata el peso del mundo entero: ¡Si yo fuera capaz de fatigarme, estaría ya cansado!   Se atreve apenas a pronunciar la queja; cuando siente cómo le habla en sus adentros, el manchego: ¿Soy yo por ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros?   Y ahí mismo, como un rayo, vuelve otra vez a su destino: Estoy decidido a jugarme hasta el alma.  Avisa. ¡Y lo hace! 

Los griegos decían de Alejandro que había llegado hasta la orilla del caos. Del Libertador habría que agregar que no sólo llegó hasta sus márgenes, sino que lo penetró. Martí, que heredaría su alma, es quien mejor lo figura: Bolívar —dice el apóstol— enfrenta a la bestia y se sienta sobre ella, como un ángel, con su fuerza de honra herida; …porque hay hombres que no se cansan cuando su pueblo se cansa.

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EL DOLOR DE LA GRANDEZA


…mis desgracias, aunque tuvieron principio nunca tendrán fin, porque provienen de mis pensamientos.
Don Quijote 

Mis tristezas vienen de mi filosofía; y eso que yo soy más filosofo en la prosperidad que en el infortunio. 
Bolívar 

No es posible avanzar en la lectura del Quijote, sin sentir (como un aguijonazo en la conciencia) el peso de la gran tristeza que abruma a su personaje …a contrapelo, es lo curioso, de la cómica festividad de los sucesos ¿Por qué este extraño contrapunto entre la risa y el llanto? A veces, el contraste es tan mordaz, que duele, de veras, reír mientras Don Quijote llora. ¿Cuál es el juego cervantino? O mejor dicho: ¿quién se ríe de quién? Heinrich Heine, que tenía la sana costumbre de releer el Quijote cada lustro de su vida, no pudo sino confesar atribulado, al término de la misma, que jamás logró saber, al emprender una nueva lectura, si aquella vez habría de comenzar riendo y a terminar llorando… o al revés.

En la vida de Simón Bolívar, también la tristeza funciona como paradigma. Usted, mi querido amigo —le asegura desolado a Páez— es más feliz que yo.   Pero así como en Don Quijote, se trata en todo caso de una tristeza especial: una suerte de “caída hacia arriba”: una ascensión melancólica, sublime, trascendente. Cuando se les conoce un poco a ambos y se sabe de sus andanzas, se entiende que ni aquel lamento quijotesco de: Ahora torno a decir, y diré mil veces, que soy el más desdichado de los hombres…  ni aquella vibrante queja bolivariana de: …estoy sufriendo a cuerpo gentil toda la intemperie de una tempestad deshecha…  suponen la típica amargura, ni el desengaño común y corriente, ni siquiera la angustia en vías de desesperación (todo lo cual sería la “caída hacia abajo”), sino una nostalgia por lo imposible, una insatisfacción …¡por no poder alcanzar lo inaccesible! 

El término de esta encrucijada es focal en el camino de nuestros andantes. Desde la profundidad  de sus meditaciones, el Libertador intenta razonar la lógica de aquella sombra: Mis tristezas —explica— vienen de mi filosofía; y eso que yo soy más filosofo en la prosperidad que en el infortunio.   En tanto que el Caballero de la Triste Figura, asumiendo el paradigma como eje, admite: Yo nací para ejemplo de desdichados y para ser blanco y terreno donde tomen la mira y asiento las flechas de la mala fortuna. 

Lo que destruye a Bolívar y a Don Quijote es esa sensación mortal de inconsecuencia, esa caída hacia abajo, ese absurdo final de la grandeza, ante la imposibilidad de hacer que los demás miren también hacia arriba... El que Sirve a una revolución ara en el mar.   Palabras tristísimas estas, dichas ya en el camino del sepulcro, que como mezcla de desconsuelo y espanto, aparecen entre las más terribles que dijera jamás el Libertador. ¡Toda su tristeza se cifra allí hasta la tragedia! Y, lo que más inquieta… es que es lo mismo que le dice Don Quijote a Sancho Panza, cuando la aventura del barco encantado: Aquí será predicar en el desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna. 

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LA LENGUA DEL ALMA
La pluma es la lengua del alma. 
Don Quijote

Si Madame de Staël me prestara su pluma, diría con ella que soy el genio de la tempestad. 
Bolívar.

Decía el poeta colombiano, Diego Fallón, que Bolívar había hecho la revolución “con la lengua”. Este aserto, tan insólito como ajustado, le habría encantado a O’Leary, quien abunda en referencias sobre la excepcional elocuencia y habilidad retórica del Libertador. Muy pocos —dice en su monumental obra el acucioso irlandés— han poseído el don de excitar sentimientos generosos y laudable entusiasmo en el corazón de los demás, en tan alto grado como Bolívar. Hablaba mucho y bien. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus escritos están llenos de imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelo de elocuencia… En sus despachos luce, además de la galanura del estilo, la claridad y la precisión. 

La pluma bolivariana, en efecto, es fascinante: en ella armonizan, como por encanto, la lírica de la imaginación más desbordada, la prosa informativa de la realidad concreta y hasta las mismas rutinas de oficio; todo, con una textura que pasma por su coherencia lógica y por su calidad estética. Nada se violenta ni simula en sus imágenes.

Es sabido que la palabra es la forma de la acción original. Es la poiesis, que en griego vale por “hacer”, “lanzar” y “revelar”; y que como cifra, no sólo se resuelve en sí misma, sino que pasa a ser creativa. Es por ello, que toda la energía de las antiguas epopeyas, así como la de los viejos mitos, descansa en su realización ritual. Así, si es cierto, por una parte, y como dice el evangelista, que en “el principio era el verbo”, no lo es menos, por la otra, y como afirma el Fausto goethiano, que “en el principio era la acción.” 

Y es en sujetos como Bolívar o Don Quijote, precisamente, en donde se puede ver cómo estos dos reflejos: verbo y acción, no actúan como instancias separadas sino que integran una sola fórmula. En ellos, la palabra es actividad por sí misma: crea la acción o la transforma. De ahí el buen consejo de Don Quijote a su escudero: Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes de que salgan de la boca.   Bolívar, por su parte, quien tiene entre los dones retóricos el de la síntesis, hasta alardea, y con razón, de su poder: Yo multiplico —dice— las ideas en muy pocas palabras.  Y por supuesto, ninguno como el de la Mancha —como  hijo literario de su padre— para declarar, con todos los efectos que su pluma implica, que: de la abundancia del corazón habla la lengua. 

Es gracia de algunos buenos talentos, desde luego, saber expresar con claridad, no sólo lo que ellos mismos piensan, sino lo que los otros opinan; pero es privilegio exclusivo de unos cuantos espíritus, atreverse a llevar a la práctica, además, aquello con lo que muchos sueñan. En este sentido, Don Quijote y Bolívar, son almas privilegiadas.

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POR LOS MOLINOS DE VIENTO






Parecerá cosa de fábula, pero es cierto: el apellido “Bolívar”, de recia estirpe vascongada, significa etimológicamente: “campo o rivera de los molinos de viento”.  (Cornelio Hispano lo tiene por “pradera de los molinos”)  ¿Casualidad? ¿Presagio? ¿Emblema del misterio? (¡Sabrá Urganda la desconocida, que es la que todo lo sabe, como diría el caballero andante!) Lo cierto, en todo caso, es que sobre la mole gris de esa rueda o piedra de molino, que adorna el viejo escudo familiar de los Bolívar, pareciera conjeturarse la cifra de los tiempos. 

Pocas veces se han encontrado dos seres, uno de ellos literario y el otro de la vida misma, en los que el destino haya concordado tal cantidad de impresiones. Claro está que, como bien advierte Don Quijote a Sancho Panza: no todos los tiempos son uno ni corren de la misma forma.  Y aún así, resulta casi imposible evitar relacionar las imágenes que van saltando a la vista: ¿Ser piedra clavada al suelo y poder girar al viento, no es ser acaso Bolívar? ¿O ser campo, rivera o pradera, no es ser Bolívar también? 

Por el camino de los andantes —como dijo el gran poeta— se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar…  Va de vuelta el caballero, por los molinos de viento… (por los campos de Bolívar…). 

Y ¿qué es lo que es un molino de viento, después de todo, además de un gigante eterno, de una torre que vigila, o de un “avión cautivo” —como ha dicho Eugenio D’Ors: con las aspas en ímpetu de ascensión pero ligado al suelo—?    Un molino de viento, en realidad, es la alegoría perfecta de aquel que desde la tierra alcanza a tocar el cielo.
 
 

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1 Rufino Blanco Fombona: Cartas de Bolívar (1825-1826-1827); Ed. América, Caracas., s/f; p. 245. [Volver]
2 Bolívar: Carta a Sir Robert Wilson; Caracas, 13/10/1827.[Volver]
3 José Martí: Discurso en honor de Bolívar, 28/10/1893. [Bolívar, Antología, Editorial Porrúa, México, 1983] p. 187. [Volver]
4 Bolívar: Carta al general José A. Páez; La Magdalena (Lima), 6/3/1826. [Volver]
5 Ibídem.[Volver]
6 Ibídem.[Volver]
7 Originalidades tan propias y tan poco comunes, como las de que era ambidextro: Su excelencia —dice Perú de Lacroix— se afeita, trincha y maneja el florete con cualquiera de las manos.. Se le ha visto pelear a sable con ambas manos y teniendo cansada una pasar a la otra indistintamente. (Cf. Diario de Bucaramanga, Edición de Cornelio Hispano, París, 1916, p.166.); o multilocuo: podía dictar a la vez, —como cuenta O’Leary— varias cartas distintas a diferentes amanuenses ¡a medida que estos le iban leyendo la correspondencia!: …y aunque se le interrumpiese, jamás lo oí equivocarse ni turbarse para reanudar la frase.  (Cf. Memorias Tomo I (Narración); cap. XXXIII) [Volver]
8 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander; Huamachuco, 6/5/1824. [Volver]
9 Arturo Uslar Pietri: Bolívar hoy; Monte Ávila, Editores; Caracas, 1982; p.16.[Volver]
10 Miguel de Unamuno: Don Quijote y Bolívar;  en Antología;  F.C.E., 1971; pp. 256-263.[Volver]
11 Emil Ludwig: Bolívar: Caballero de la Gloria y de la Libertad; Ed. Losada, Buenos Aires, 1942.[Volver]
12 Cf.: Mario Briceño Perozo: La espada de Cervantes; Caracas, 1987. [Volver]
13 Unamuno: Op. cit. p. 722.[Volver]
14 Cf. Índice de Vicente Lecuna hasta 1947. Este cómputo, no obstante, siendo el más completo, no es exhaustivo (han aparecido luego otros documentos); además, si se comparan —como dice el propio Lecuna? las listas de cartas enviadas al correo… existentes en el archivo de Bolívar, con las cartas que se han salvado de las mismas fechas… se puede admitir que en su vida pública escribiera alrededor de las diez mil cartas. (Cf. F. Pividal, Prólogo a Simón Bolívar, la vigencia de su pensamiento; Casa de las Américas, La Habana, 1982. p. 7.[Volver]
15 J. L. Salcedo Bastardo: Autovisiones de Bolívar; en Revista de Occiden18te, N° 30-31 (Extraordinario) T. VIII; Madrid, 1983; p. 17. [Volver]
16 Laureano Gómez: El mito de Santander; Tomo II, Populibro, Bogotá, 1966; p. 65.[Volver]
17 Elena Jarkova: Cervantes. Cf. Literatura Soviética, 7/68, Moscú, p. 20.[Volver]
18 Cervantes: Quijote, I Parte, cap. 20.[Volver]
19 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 17.[Volver]
20 Bolívar: Carta al general Pedro Briceño Méndez; 4/6/1828[Volver]
21 Bolívar: Carta al general Rafael Urdaneta; 14/4/1827 [Volver]
22 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 18.[Volver]
23 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 17.[Volver]
24 Cervantes: Quijote, I Parte, cap. 37.[Volver]
25 Ibídem.[Volver]
26 Bolívar: Carta al general Pedro Briceño Méndez, 1826.[Volver]
27 Cervantes: Quijote; I Parte, cap. 13.[Volver]
28 Bolívar: Carta del 15/12/1828
29 Bolívar: Carta al general Tomás Heres; Lima, 1823. 
30 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 37.[Volver]
31 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 32.[Volver]
32 O’Leary: Memorias (Narración), T. I, Cap. XXI.[Volver]
33 Bolívar: Carta al general Rafael Urdaneta; Caracas, 14/3/1827.[Volver]
34 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 1.[Volver]
35 Bolívar: Discurso de Angostura, 15/2/1819. [Volver]
36 Bolívar: Discurso de Angostura, 15/2/1819. [Volver]
37 Bolívar: Carta al general Antonio José de Sucre, 28/2/1828.[Volver]
38 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 8,[Volver]
39 Bolívar: Carta a José Fernández Madrid; Caracas, 26/5/1827. [Volver]
40 Cervantes: Quijote; I Parte, cap. 13.[Volver]
41 Bolívar: Carta del 13/8/1826 [Volver]
42 Bolívar: Carta a Sir Robert Wilson, 16/6/1827 [Volver]
43 Bolívar: Carta a Sir Robert Wilson, 16/6/1827 [Volver]
44 Cervantes: Quijote, I Parte, cap. 26 [Volver]
45 Cervantes: Quijote, II Parte, cap. 32. [Volver]
46 Bolívar: Discurso ante el Colegio Electoral de Cundinamarca; 23/1/1815. [Volver]
47 Bolívar: Carta al Dr. Juan Germán Roscío, Cúcuta, 20/6/1820.  [Volver]
48 Bolívar: Discurso ante el gobierno de Venezuela; Caracas, 2/1/1814.[Volver]
49 Bolívar: Carta  del  26/1/1824.[Volver]
50 Bolívar: Discurso de Angostura: 15/2/1819.[Volver]
51 Bolívar: Carta al comandante de la Provincia  del Socorro, 26/2/1820. [Volver]
52 Bolívar: Carta del  23/1/1815 [Volver]
53 Bolívar: Carta a Guillermo White, San Cristóbal, 26/5/1820. [Volver]
54 Cervantes: Quijote, Parte II, cap. 32.[Volver]
55 Bolívar: Manifiesto de Carúpano, 7/9/1814.[Volver]
56 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 58.[Volver]
57 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander, 21/9/1823.[Volver]
58 O’Leary: Memorias (Narración), Tomo I, Cap. XVI.[Volver]
59 Cervantes: Quijote, I Parte, cap.15. [Volver]
60 Bolívar: Carta a Sir Robert Wilson; Caracas, 7/23/1827. [Volver]
61 Bolívar: Carta al general Rafael Urdaneta; Caracas,  8/2/1827.[Volver]
62 Bolívar: Carta a José Rafael Arboleda; La Carrera, 24/8/1827. [Volver]
63 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander; Quito, 3/7/1823. [Volver]
64 Bolívar: Carta al general Andrés de Santa Cruz; Guayaquil; 14/9/1826 [Volver]
65 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 30.[Volver]
66 Bolívar: Carta al general Rafael Urdaneta; Caracas, 14/7/1827[Volver]
67 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 22.[Volver]
68 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 32.[Volver]
69 Bolívar: Carta al general  J. G. Pérez: 8/6/1827.[Volver]
70 Bolívar: Carta al general José Antonio Páez, Lima, 4 y 8 de agosto de 1826.[Volver]
71 Ibídem.[Volver]
72 Ibídem.[Volver]
73 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander; Neiva, 5/11/1826. [Volver]
74 Bolívar: Carta al Dr. José Mª del Castillo y Rada, Tocuyo, 16/8/1821. [Volver]
75 Cervantes: Quijote; I Parte, cap. 20.[Volver]
76 Bolívar: Carta al general Antonio José de Sucre, 1827. [Volver]
77 Martí: ob. cit. p. 37.[Volver]
78 Bolívar: Carta al general José A. Páez; Maracaibo, 16/12/1826. [Volver]
79 Cervantes: Quijote; II Parte, cap.10.[Volver]
80 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander, Huamachuco, 6/5/1824.[Volver]
81 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander; 10/11/1824.[Volver]
82 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 10.[Volver]
83 Bolívar: Carta al general Juan José Flórez; Barranquilla, 1830.[Volver]
84 Cervantes: Quijote; II Parte, cap. 29.[Volver]
85 O’ Leary: Memorias (Narración). Tomo. I, Cap. XI.[Volver]
86 Cervantes: Quijote; II Parte, cap.  31.[Volver]
87 Bolívar: Carta al general F. de P. Santander,  Arequipa, 20/5/1825.
88 Cervantes: Quijote; II Parte, cap.  13.[Volver]
89 Alzate Avendaño, Gilberto: El redescubrimiento del Libertador, [Cf.  Selección de Jaime Tello, Bogotá, 1980] p. 229.[Volver]
90 Cornelio Hispano: Bolívar  [Cf. Selección de Jaime Tello, Bogotá, 1980] p.46.[Volver]
91 Cervantes: Quijote; II Parte, cap.  58.[Volver]
92 León Felipe.[Volver]
93 Cf. Alzate Avendaño, Gilberto; ob. cit.; p. 229.[Volver]

 

 
 
 
 
 
 
 



Acerca de la autora
Giovanna Benedetti
(Panameña)

giovanna@worldmailer.com
Abogada, especialista en Derecho de la Cultura y Documentalista Histórica (ex Dirtectora del Archivo Nacional de Panamá) es también poeta, narradora y escultora. Ha obtenido en tres ocasiones el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, máximo galardón de las letras panameñas, habiendo merecido además, entre otros reconocimientos, el  Premio Internacional de Periodismo José Martí (La Habana, 1992) y  la Orden Simón Bolívar, por la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Colombia, en 1997. Sus obras han sido traducidas al inglés, al alemán y al húngaro y aparecen publicadas en numerosas antologías nacionales e internacionales.

Obras de Giovanna Benedetti


La lluvia sobre el fuego (cuentos, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1981) Editorial Inac, Panamá,  1982
El sótano dos de la cultura (ensayos, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1984) Editorial Mariano Arosemena, Panamá, 1985
Entonces, ahora y luego (poesía, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, 1992) Editorial Mariano Arosemena, Panamá, 1993
La guerra de las culturas (ensayo, Revista Desarrollo Latinoamericano,  Barranquilla, Colombia, 1995)
Las claves de Lorca: el pentagrama poético de su infinito (Premio de Letras Samuel Lewis Arango, Revista Cultural Lotería, Panamá, 1998)
Crónica de la Patria intervenida (Repertorio documental histórico, Panamá, 1989)
La sangre de los tigres (Teatro documental histórico, puesto en escena en Panamá, 1988)
El sexo de las brujas o el Tarot de las mujeres (Taller creativo, Panamá, 1994)
Las magas desnudas y los ritos del androcentrismo (Panamá, 1994) 
Historias secretas de la América de Bolívar (investigación histórica, inédito, 1999)





 



 
 
 
 







El camino de los andantes:
Bolívar y Don Quijote
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